La paciencia es una cualidad admirable en la vida que pocas personas parecen poseer.
La paciencia es la capacidad de absorber problemas y tensiones sin quejarse, y no verse afectado por los obstáculos, los retrasos y los fracasos.
Dios permite que tengamos dificultades, inconvenientes e incluso sufrimientos, con un fin específico: nos ayudan a desarrollar la actitud apropiada para que crezca nuestra paciencia.
Cuando el hombre ve que esas pruebas se resuelven en su provecho, permitiéndole alcanzar resultados convenientes y de refuerzo para su carácter, se prepara el escenario para el desarrollo de un espíritu paciente.
Sobre la falta de paciencia que caracteriza a nuestra generación, Billy Graham comentó lo que sigue: “Esta es una época altiva, neurótica y llena de impaciencia.
Nos apresuramos cuando no hay necesidad – sólo por apresurarnos. Esta época acelerada ha producido más problemas y menos moralidad que las generaciones anteriores, y nos ha provocado males nerviosos.
La impaciencia ha producido una secuela de hogares destruidos, úlceras, etc., y ha preparado la escena para más guerras mundiales”.
Un poco de introspección y análisis de la impaciencia por nuestra parte puede ser conveniente y útil. ¿Qué me hace ser impaciente?
¿Soy inmaduro? ¿Soy quisquilloso?
¿Soy egoísta, legalista o exigente? ¿Soy capaz de dejar margen para las equivocaciones y las imperfecciones de los demás, recordando que Dios está actuando también sobre ellos?
¿Me irrito con facilidad “porque alguien se está saliendo con la suya”?
“No te impacientes a causa de los malignos” (Salmo 37:1)
¿Soy envidioso o celoso?
¿Soy materialista? ¿Estoy dominado por el espíritu de este mundo?
¿Estoy siendo insensible a los esfuerzos de Dios para ocuparse de mí, permitiendo que sufra circunstancias adversas, irritaciones y tensiones, con el fin de que, por medio de Su gracia, aprenda a trascender el yo y a crecer en amor y estatura espiritual?
“…Que seáis pacientes para con todos. Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos”
(1 Tesalonicenses 5:14-15).
Permítale a Dios desarrollar frutos en su vida. “Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia…” (Gálatas 5:22).
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